lunes, 21 de marzo de 2011

Huellas*

Cuando se rompe un vidrio el sonido es metálico. Estridente. Líquido. Quedan las esquirlas en el piso y nos da miedo caminar descalzas.

Cuando un hueso se rompe, cruje. Igual que la madera. Si se mantiene quieto e inmóvil durante algún tiempo, es posible que llegue a soldarse.

El entramado de una tela se desgarra y quedan las hilachas flotando, como los tentáculos de algún espécimen acuático.

El papel, al rasgarse, emite un sonido ronco y si se lanza al aire es capaz de provocar una lluvia lenta y silenciosa.

Un huevo es un óvalo blanco y perfecto, una fina capa calcárea que, si se golpea suavemente, se quiebra y desaparece bajo una lámina viscosa, imposible de atrapar con los dedos de las manos.

La piel envuelve la sangre, que se coagula y endurece al contacto con el aire.

Pero ¿cuál es el sonido, la forma, de una ilusión rota?

Tal vez una ilusión rota tenga la forma de una huella.

Una impresión. Un testimonio. Un recuerdo. La presencia de una ausencia.

Hicimos el camino inverso. Nadamos en las tripas del lobo, trepamos por su tráquea como si escaláramos una montaña, nos aferramos a su glotis y resbalamos por su lengua hasta encontrar el camino más largo que nos condujera por el bosque hasta llegar a nuestras casas, sanas y salvas.

Dimos a luz sin haber concebido. Tenemos las manos ciegas pero los ojos abiertos como planetas.


*Texto escrito para una futura instalación.

domingo, 20 de marzo de 2011